A 900 km de Berlín se encuentra Przemyśl, en Polonia. Es la ciudad más grande cerca del paso fronterizo de Medyka en la frontera ucraniana. Allí fuimos con el fotógrafo alemán Jakob Schottstädt. Gracias a la colaboración de muchas personas, pudimos cubrir los gastos de nuestro viaje y documentar lo que les ocurre a los refugiados que huyen de la guerra en Ucrania. Este es sólo uno de los puntos de la frontera, pero hay muchos otros. Mientras escribo estas líneas, miles de personas siguen escapando de la locura y muchos miles más mueren allí por los constantes bombardeos del ejército ruso.
Cuando llegamos a los distintos puntos de acogida de refugiados, la primera impresión es de orden en el caos. Los voluntarios van y vienen, algunos soldados vigilan el lugar con la cara cubierta. A veces una marea de gente se agolpa en algún espacio consultando, buscando orientación, se forman filas, la sensación es que están perdidos, no saben por dónde ir, el panorama es desolador.
Han dejado todo atrás, algunos sólo traen una bolsa, su vida ha quedado atrás y no tienen más que lo que llevan consigo.
Los refugiados sólo hablan ucraniano o ruso, es muy difícil comunicarse y no paran de llegar y llegar.
El frío es terrible, la cantidad de gente es demasiada, la sensación de que lo que hacemos es muy poco.
Es imposible estar en su piel, sólo podemos empatizar con ellos, sin olvidar que podríamos ser nosotros, cualquiera de nosotros.
Hoy todos los ojos del mundo están puestos en Ucrania pero en muchos otros lugares hay personas que, como ellos, ni más ni menos, están siendo desplazadas de sus hogares, dejándolo todo, quedándose sin nada.
Este es un recuerdo visual de unos días en la frontera, donde la solidaridad es el capital más importante que podemos tener los seres humanos.
Una demostración más de lo ridículo de las guerras, de lo injustificable. Hoy grito fuerte: no a la guerra, no a la guerra.